lunes, 7 de abril de 2014

BUSCANDO EN LA PRENSA BIOGRAFÍAS O RETRATOS DE PERSONAS.

El edificio situado en el número 14 de Lungotevere Sanzio, en el corazón del barrio romano de Trastevere, alberga una escuela infantil israelí. Un coche de policía estacionado frente a la puerta custodia este lugar que hace 70 años, durante el fascismo, se convirtió en uno de los centros de la resistencia judía. La prestigiosa matemática y divulgadora Emma Castelnuovo (Roma, 1913), que recientemente ha cumplido 100 años, fue una de las profesoras que entre 1939 y 1943 impartió clases a los estudiantes que habían sido excluidos de la escuela pública en virtud de las leyes raciales que Mussolini impuso para que «la raza impura no contaminara a la raza aria».

Unas normas discriminatorias que ella sufrió en primera persona. En 1938, dos años después de licenciarse en la Universidad de Roma, fue desposeída de la plaza de profesora de secundaria que acababa de conseguir. De modo que inició su carrera enseñando en las escuelas creadas específicamente para niños judíos y, en 1944, tras la invasión alemana, impartiendo clases clandestinas.
Entre sus maestros figuran dos prestigiosos matemáticos: su tío, Federico Enriques, y su padre, Guido Castelnuovo, fundador de la Escuela Italiana de Geometría y organizador de la universidad clandestina, que permitió a los judíos proseguir con sus estudios durante los años en que tuvieron vetado el acceso a la universidad.

Con la liberación de Italia, en 1945, Emma recuperó su plaza de profesora y se dedicó de lleno a la enseñanza de las matemáticas, que pronto revolucionó con sus innovadores métodos. «Ella piensa que las matemáticas pueden ser un lenguaje para todo y enseguida se dio cuenta de que los libros de texto no eran adecuados. Eran demasiado abstractos. Siempre subrayó la necesidad de que el proceso de aprendizaje fuera de lo concreto a lo abstracto. A los alumnos había que presentarles primero los hechos y, después, las teorías que los explican, favoreciendo una aproximación experimental a las matemática», resume Nicoletta Lanciano, profesora de la Universidad La Sapienza de Roma, discípula y amiga de Castelnuovo. Ella fue la que le enseñó a enseñar, pues cuando era una veinteañera pasó tres años como oyente en sus clases.

De su tío Enriques había aprendido la importancia de «saber ver» pero para Emma también era muy importante usar las manos: «Tenía un armario lleno de objetos absurdos que usaba en sus clases, como un biberón para mostrar un cilindro. Era una época pobre y todo se aprovechaba. Sus alumnos siempre miraban lo que tenía en las manos. También había momentos de gran silencio y concentración. Recuerdo que muchos alumnos le daban las gracias cuando se marchaban».

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