domingo, 6 de octubre de 2013

La complejidad

Una parvada de aves: miles de individuos se coordinan sin necesidad de un líder que les diga qué hacer, formando patrones espectaculares. Hasta hace poco, no se había estudiado el comportamiento de parvadas, cardúmenes, manadas o multitudes científicamente. No se tenían las herramientas. Desde la popularización de las computadoras (ordenadores) en los 1980's, podemos estudiar miles de variables, lo cual es imposible con papel y lápiz. De maner similar al microscopio y al telescopio, la computadora ha sido una herramienta que nos permite explorar un nuevo mundo: el de la complejidad.
Usualmente, la palabra "complejo" se usa como sinónimo de "complicado". Es cierto que sin una ayuda computacional, es difícil comprender los sistemas complejos. Sin embargo, en décadas recientes se han distinguido estos dos conceptos, ya que empezamos a entender reglas sencillas que pueden generar complejidad. Podemos decir que algo complejo es difícil de separar. Tiene su raíz en el latín plexus, que quiere decir entretejido. Por ejemplo, no es posible estudiar una parvada de aves enfocándose en una sola ave, ya que su comportamiento depende de las interacciones con sus vecinos. No podemos separarla para comprenderla, ya que las interacciones determinan su velocidad y dirección. Necesitamos estudiar a los individuos y sus relaciones para poder describir a la parvada.
¿Qué otros sistemas complejos podemos identificar? Una sociedad, por ejemplo, tiene propiedades (costumbres, lenguaje, moda, valores) que son un producto de la interacción no sólo entre individuos, sino también de la interacción entre individuos y sociedad (a distintas escalas). Una célula está formada por moléculas. Decimos que la célula está viva, pero las moléculas no. ¿De dónde salió la vida? No podremos comprenderlo si estudiamos a las moléculas o a las células de manera aislada. Propiedades fundamentales de la vida se encuentran en las interacciones entre moléculas. De manera similar, un cerebro puede exhibir propiedades mentales sólo al considerar interacciones entre sus elementos (neuronas) y con su entorno.
Las propiedades que se encuentran en una descripción de un fenómeno pero no en otra se pueden llamaremergentes. La vida emerge de las interacciones de las moléculas, la mente emerge de las interacciones de las neuronas y las costumbres emergen de las interacciones de los individuos. No hay nada mágico en las propiedades emergentes si consideramos a las interacciones. Otro ejemplo: una barra de oro tiene propiedades emergentes, tales como color, conductividad y maleabilidad, las cuales no se encuentran ni se pueden deducir de las propiedades de un átomo de oro.
En este blog nos dedicaremos a explorar cómo el estudio científico de la complejidad nos abre nuevas ofrece nuevas perspectivas sobre nuestro mundo. Descubramos juntos.

El ciclo del carbono es esencial para la vida en la Tierra, pero los científicos siguen sin comprender su complejidad. Hasta la fecha, la mayoría de las investigaciones se han centrado en las principales fuentes de dióxido de carbono (uno de los gases responsable del efecto invernadero), como la deforestación y el uso de combustibles fósiles.
Ahora, se han comenzado a explorar factores más sutiles. Según un nuevo estudio, las plantas acumulan más carbono en presencia de depredadores y herbívoros que en lugares aislados, donde la probabilidad de ser devoradas o pisoteadas es menor.
Para investigar las interacciones entre las plantas y el mundo animal, Oswald Schmitz, ecólogo de la Universidad de Yale, y sus colegas construyeron tres entornos cercados de praderas: uno con tan solo vegetación herbácea, otro con vegetación y saltamontes herbívoros y el último con vegetación, arañas insectívoras y saltamontes. Los investigadores encontraron que las plantas del tercer entorno, que coexistían tanto con herbívoros como con insectívoros, almacenaban un cuarenta por ciento más de carbono que las de la zona que solo incluía saltamontes.
De manera intuitiva, esto se explica porque los depredadores arácnidos, que devoran los saltamontes herbívoros, limitan el consumo de vegetación, permitiendo así que las plantas almacenen más carbono que si estuvieran en la zona en la que los herbívoros se alimentan sin control. Sin embargo, las plantas que compartían zona con los saltamontes y las arañas también almacenaron un veinte por ciento más de carbono que las plantas aisladas. «Parecería lógico que un entorno sin herbívoros ni depredadores favoreciese el máximo almacenamiento de carbono», afirma Schmitz, uno de los autores del estudio, publicado en junio en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). «Pero no es eso lo que sucede».
¿Por qué? Quizás una cierta estimulación por parte de los herbívoros, un leve mordisqueo por aquí y por allá, provoque algunos cambios fisiológicos no identificados en las plantas, impulsando la absorción de carbono, «pero la verdad es que no lo sabemos», declara Schmitz.
La investigación pone de manifiesto cómo los cambios ecológicos pueden tener un impacto climático significativo e imprevisto. «Ahora mismo, hay una crisis en términos de pérdida de diversidad de los depredadores», apunta el ecólogo. «Y eso podría suponer que estamos perdiendo la posibilidad de ayudar a regular el ciclo del carbono mediante métodos más potentes que el simple hecho de sembrar más árboles».
Se conocieron en el gulag, en Kazajistán. Allí quedaron atrapados por el final de la Guerra Civil y la invasión alemana de la Unión Soviética. Antonio Leira Carpente y José García García nunca pensaron que su pequeña aventura soviética se convertiría en un infierno de dos décadas. Eran combatientes republicanos pero acabaron como apestados en la patria del proletariado. Rusia admitió en 1992 que “muchos” españoles republicanos habían pasado por los campos de concentración estalinistas. Pero ninguna exrepública soviética había entregado a España la documentación oficial de esos presos hasta que, la semana pasada, Nursultan Nazarbayev, el presidente kazajo, regaló a Mariano Rajoy dos libros con las copias de los expedientes de 152 españoles —franquistas y republicanos—, que malvivieron congelados en sus campos en los años 40.

Mi abuela supo que mi padre seguía vivo por una carta que recibió en alemán”
Leira y García tampoco sabían al partir —en 1937 el primero y 1938, el segundo— que acabarían rompiendo hielo para beber, ni que los llevarían de Siberia a Kazajistán en unos trenes en los que sobrevivieron semanas, hacinados en gélidos vagones de madera, hasta adentrarse en la inmensa estepa. Llegaron por separado a Karaganda, al noreste del país. Leira, cabo de la marina de un buque de la armada republicana y militante anarcosindicalista gallego, fue capturado junto a 46 compañeros en Odessa (actualmente en Ucrania) y trasladado al campo de Krasnoiarsk, en Siberia. García, cursillista aviador, estaba en Moscú en la cuarta promoción de prácticas a Kirovabad.
Tras la derrota de la República, no pudieron volver a España, ni salir de la URSS. Unos 80 pidieron exiliarse a Italia, Francia, Alemania o México. “El cambio determinante fue la invasión de los nazis, en 1941. En ese momento, todos los extranjeros pasaron a ser sospechosos si no firmaban, de manera voluntaria, permanecer en la URSS”, explica el catedrático de historia Secundino Serrano, autor del libro Españoles en el Gulag. Empezaba la deportación para esos “grupos irreductibles” de aviadores y marineros que se negaron a entrar en el sistema.
Leira y García se conocieron en Karaganda, aterrados por los ladrones que desvalijaban a los recién llegados. Allí esperaban ser remitidos a otro campo de trabajos forzados. Ya desde su llegada “habían quedado reducidos a esqueletos vivientes”, según recordaba, años después, un recluta francés. Acabaron en Kok-Usek, “el Valle Verde”, que traducían como el Valle del Infierno, el más frío de cuantos vieron. Un campo de concentración “ejemplar”.

El hermetismo de los archivos de la antigua URSS dificulta el cómputo
Pasaron casi un lustro en un cerco de 300 metros de largo por 200 de ancho, aislado del exterior por tres líneas de alambrada de espino, vigilados por cuatro garitas con soldados aburridos ya que, si escapaban, el desolado paisaje les delataba. Los guardianes tenían también perros adiestrados para frenar una posible fuga. Eran unos 900. Mujeres, hombres y niños de distintas nacionalidades, puntos negros sobre la nieve, trabajando por sobrevivir.


José García, aviador.
Los internos en mejores condiciones físicas trabajaban en la mina. Una hora de camino de ida de madrugada contra la brisa helada. Otra, a la caída del sol, demasiado lejano en invierno, con hasta 50 grados bajo cero, y sofocante en verano, a casi 50. La comida, un bol de sopa de col antes de salir y otro a la vuelta. Y 450 gramos de pan, a menudo, mojado. “Había una cosa que llamaban ratas de agua, un manjar”, cuenta Beatriz Leira, hija de Antonio Leira, fallecido en 2000. Los que conseguían un puesto en la huerta, engullían a escondidas una patata cruda “que les sabía a manzana”, apunta Leira. “Según lo que trabajaban, comían”.
En Kok-Usek, los españoles eran los “presos fantasma”. Tenían prohibido comunicarse con su país, una dictadura enemiga. Solo podían hacer llegar noticias a sus familias cuando los europeos —principalmente judíos alemanes y austríacos— eran liberados. “Mi abuela se enteró de que mi padre estaba vivo por una carta que le llegó en alemán”, explica Leira: “Se aprendían de memoria las direcciones de los españoles”.
Tras sufrir un accidente en el que perdió varios dedos, Vicente Montejano, uno de los pocos aviadores que siguen con vida, se convirtió en uno de los españoles que se quedaban en los barracones, con la humedad calada en los huesos. Cosían unos zapatos muy cotizados entre las mujeres de la dirección del campo. “Confeccionábamos una especie de malla con hilo como el que se usaba para las mallas de pescadores... Al final resultaba, como es lógico, un zapato fino, para salir, pero no para trabajar o ir por el campo”, le contaba Montejano en 2007 a Carmen Calvo, hija de otro cursillista internado y autora de Los últimos aviadores de la República.


Antonio Leira, marinero gallego internado en el Gulag kazajo.
En cada traslado les separaban en grupos. Los dos amigos se perdieron. “José salió en una primera expedición. Antonio Leira tenia que salir en la siguiente, pero el río que los separaba se congeló y ya no les pudieron alcanzar”, cuenta Pilar García, viuda del aviador, por teléfono, haciendo esfuerzos para rescatar en la memoria al compañero de su marido. No se reencontraron hasta que, al fin, embarcaron en el Semíramis, en Odessa, el 2 de abril de 1954. Ya ancianos, se visitaron mutuamente. Se reunieron con otros compañeros de vez en cuando, hasta que fallecieron hace una década. En el Semíramis,con unos 300 pasajeros de los que 270 eran de la División Azul, viajaba también Vicente Montejano.
En total, unos 300 republicanos y 450 divisionarios pisaron los campos de toda la Unión Soviética, según calculan los expertos. Luiza Iordache, historiadora de la Universitat Autònoma de Barcelona y autora deRepublicanos españoles en el Gulag, calcula que 76 republicanos pasaron por los centros kazajos a partir del estudio de sus expedientes, a los que accede con dificultad por el hermetismo de los archivos de las antiguas repúblicas soviéticas.
Pese a que los soldados franquistas de la División Azul también deambularon por Karaganda, el encuentro entre los dos grupos no llegó hasta 1948. La mitad de los republicanos acabó aceptando integrarse en la URSS y salieron del gulag. “Al resto, les juntaron con los divisionarios y en los campos europeos [hoy, en Ucrania]”, apunta Serrano.

Según lo que trabajaban, comían”, cuenta la hija de un marinero recluso
El divisionario capitán Palacios recuerda uno de esos encuentros enEmbajador en el infierno, narrado por Torcuato Luca de Tena: “Vimos entrar en el campo, extenuados y con síntomas de haber sufrido mucho, a un grupo de presos, con la novedad de que entre ellos venían muchas mujeres, con niños pequeños (...) ¡Cuál no sería nuestra emoción al oírles hablar en español! Castillo, abriendo los brazos, dio un tremendo ¡Viva España!, saludándoles, y el silencio fue su respuesta. Nos miraron con curiosidad, bajaron los ojos y siguieron su camino”.
La unión emocional para volver a España superaba ya la ideología. Ahora, tras el gesto de Nazarbayev, la Asociación Archivo, Guerra y Exilio y la Hermandad de la División Azul han escrito una carta conjunta al Ministerio de la Presidencia para solicitar una copia de los archivos.

Además de marineros y aviadores, algunos niños de la guerra [2.895 jóvenes enviados a Moscú en la guerra civil] fueron ingresados en el gulag por delitos comunes. Varios exiliados, por delitos políticos. Tras unos primeros años como una élite y como víctimas de una doble guerra, la desesperación por salir de la gigantesca prisión que era la URSS en 1941, llevó a algunos niños, forzados a nacionalizarse, a esconderse en los baúles de un avión que viajaba a Buenos Aires. Otros, famélicos por la posguerra, fueron internados por robar medio kilo de patatas. “Me marché de la fábrica de aviación en la que nos habían puesto a trabajar sin permiso de la milicia y me mandaron al gulag de Ucrania”, afirma Ángel Belza, un niño de la guerra que presenta sus memorias esta semana. “Fuimos rehenes durante 20 años. Estábamos encerrados”, exclama Francisco Mansilla, otro niño, presidente del Centro Español de Moscú vocal de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio.
A los 94 años, Vicente Montejano mantiene el recuerdo del gulag suspendido entre la nebulosa del olvido: “A veces, hay cosas de las que uno no tiene ganas de hablar”.Y calla.
Al partir, Antonio Leira Carpente y José García García no sabían que su pequeña aventura rusa se convertiría en un infierno de dos décadas. Se conocieron en el Gulag, en Kazajistán, atrapados por el final de la guerra civil y la invasión alemana de la Unión Soviética. Apestados, ellos, combatientes republicanos, en la patria del proletariado.
Carlos Humberto de Carvalho, el alcalde de la localidad de Barreiro (80.000 habitantes), es un tipo sencillo y claro de 62 años que acaba de ganar las elecciones municipales de su ciudad por tercer mandato consecutivo y por mayoría absoluta. Viste sin traje y es comunista desde que cumplió la mayoría de edad, en 1968, desde los duros, peliagudos y remotos tiempos de la clandestinidad. Pertenece al núcleo duro. Al Comité Central del Partido Comunista Portugués (PCP). Y constituye uno de los ejemplos de un fenómeno raro en la política europea: la supervivencia exitosa de un partido que languidece o agoniza en el resto de países vecinos pero que en Portugal mantiene un alto nivel de pervivencia y aceptación en la sociedad.
En las últimas elecciones municipales, celebradas el 29 de septiembre,con una abstención récord del 47%, la CDU (alianza entre el PCP y Los Verdes donde el peso comunista es infinitamente superior) fue, junto con las candidaturas independientes, la única formación política que ganó en votos. Alcanzó un porcentaje superior al 10% (un 11,1%) y se hizo con la alcaldía en 34 cámaras municipales, seis más que hace cuatro años. Por delante solo figuran el Partido Socialista portugués (PS), que gobernará en 148, y el conservador PSD del primer ministro Pedro Passos Coelho, que lo hará en 86. Los bastiones comunistas se encuentran en la región rural del Alentejo y en el cinturón industrial lisboeta, en la margen sur del Tajo: un auténtico manchón rojo que asombra a más de un sociólogo.

Decimos lo que hacemos y hacemos lo que decimos. A la gente le gusta la coherencia
Carlos Humberto de Carvalho, alcalde de Barreiro
Barreiro se enclava ahí, en la orilla apuesta a Lisboa. Es una ciudad con personalidad, nacida de la industria, de origen obrero, con un puerto rodeado de edificios de bloques de pisos, con muchos jóvenes en las calles, sin el encanto decadentemente poético de la capital, con polideportivos, aparcamientos con grafitis, bonitas puestas de sol, vías de tren que parten por el medio la ciudad, y una tasa de desempleo superior a la media portuguesa, que actualmente roza el 17%. Su alcalde, nacido en Barreiros y vecino desde siempre de la ciudad, descendiente de una familia de pequeños comerciantes (“fui durante algún tiempo comunista y pequeño empresario, je, je”) explica por qué, a su juicio, el PCP sigue ganando en su ciudad: “Porque decimos lo que hacemos y hacemos lo que decimos. Aquí no se dice una cosa y se hace otra. A la gente le gusta la coherencia”.
Humberto de Carvalho recuerda que, como todos los municipios de Portugal, en los últimos cuatro años debieron recortar servicios. “Nosotros no vivimos en la ciudad ideal. Tuvimos que dejar de recoger la basura los domingos porque hemos tenido menos ingresos. Y tuvimos que reducir las paradas de las líneas de autobuses y el recorrido y la frecuencia de los autobuses”, añade. El Ayuntamiento dio voz a los vecinos en asambleas para opinar sobre los nuevos recorridos. “Fue difícil. Una señora me preguntaba por qué quitábamos la parada de su calle si pagaba tantos impuestos como su vecina, que la tenía debajo de casa y se mantenía. Yo no puedo obligar a que todos los vecinos lo entiendan. Pero tengo la obligación de explicárselo a todos”, recuerda Humberto de Carvalho.
Y si hubo recortes en los servicios públicos, ¿Qué diferencia su gestión de la del Gobierno? “Pues que nosotros jamás privatizaremos nada. Y jamás echaremos a un funcionario a la calle”, responde. El alcalde añade que tampoco se olvidarán jamás de ciertos sectores: “Siempre habrá recursos para abrir los comedores escolares en vacaciones para que puedan comer los niños cuyas familias tienen menos recursos”.

Las razones de su éxito están en su arraigo local, ser capaz de capitalizar el euroescepticismo, y la incapacidad de los socialistas portugueses
Los expertos aseguran que el PCP ha sabido atraer el voto de castigo de una población harta de pasarlo mal y ver cómo vive peor cada día. Y lo ha hecho mejor que el Bloque de Izquierda, un conjunto de partidos cuya teórica base electoral son los jóvenes urbanos, muy activo en las manifestaciones anti-troika pero que se ha estrellado en las últimas elecciones.
El politólogo portugués António Costa Pinto asegura que las razones de la buena salud política del PCP hay que buscarlas en su arraigada implantación local, en haber sido capaz de capitalizar cierto euroescepticismo, en la incapacidad de los socialistas portugueses, más centrados que los españoles, para arañar apoyos a la izquierda y en su fuerte implantación sindical. “Hasta los años 90 constatábamos que el electorado del PCP era mayor. Ahora hay más jóvenes que lo votan”, asegura. Y añade: “El comunismo portugués supo sobrevivir bien a la Guerra Fría. Paradójicamente, de la mano de su histórico líder Álvaro Cunhal, nunca se modernizó ni se adhirió al eurocomunismo. Permaneció fiel a sí mismo a través de la tormenta ideológica que se desataba en el planeta. Y ahora, los demás partidos comunistas europeos casi han desparecido mientras el viejo partido comunista portugués todavía sigue vivo”.

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