viernes, 13 de junio de 2014

Cataluña 2014

Creo seriamente que el movimiento independentista es de mejor que le ha pasado a España en los últimos años. Mundial aparte. Y no, no es una boutade ni una provocación. Es una invitación política. A la demolición (controlada y sincronizada sería ideal) del R78 [régimen del 78].

Eso que Jordi Borja ha bautizado creo que acertadamente como Movimiento Popular Catalán (MPC) desligándolo, aunque sea para su uso y observación, de las cuatro barras y yendo a su músculo desnudo: gente organizada en la calle. Gente que además ni intenta la reforma del R78 sino su superación y que lo quiere hacer ya, en pocos años.

De hecho, el mismo tipo de gente que pudo estar en Sol, las mismas demandas de las mareas, la misma clase media depauperada, estudiantes, profesionales y el trabajador organizado. El mismo vértigo a la sociedad que nos han dibujado para cuando salgamos de la crisis. La misma desconfianza hacia el poder financiero de la troika y de Bruselas pero con un proyecto diferente, es cierto.

Y aquí es donde llegamos a uno de los meollos del problema. Utilicemos una encuesta reciente sobre las formas de Estado. Venía a decir que una parte territorializada de los españoles apostaba por un Estado unitario. En concreto, el 40% de los murcianos quería el Estado centralista mientras que, digamos, un 40% de los catalanes quiere la independencia. ¿Qué hacemos?, ¿cómo se soluciona esto?

Muy sencillo. Con libertad. Porque en este caso, el catalán no quiere obligar a un murciano a independizarse de España. Sin embargo,  muchos sí creen poder obligar a los catalanes a vivir tal y como ellos quieren. Viene aquí la otra palabra que lo solucionaría todo: plurinacionalidad. En España hay varias naciones políticas. Se divide la soberanía y entonces la vieja noción de libertad de los pueblos rearticula los que quieren centralizarse con los que desean bilateralidad.

Dos palabras, libertad y plurinacionalidad que no hacen daño a nadie y que, también, romperían el consenso mítico en el que se basa el R78 que, por si no lo han notado, es también  en sí mismo, un sentimiento identitario.

Abundemos pues en la divergencia de intereses entre los destituyentes españoles y los catalanes.

Uilizaremos ahora la metáfora del divorcio que no es la mejor pero que nos interesa. Con ella, podemos afirmar que la gente, en general, se divorcia DE no CONTRA. Es decir, el divorcio es una renuncia, una deserción, una derrota al fin y al cabo. En ningún caso un conato de agresión. Marchar no es agredir, es el movimiento contrario. Pos eso marchar de España no puede ser nunca una agresión, es conceptualmente imposible. Puede ser una decepción como lo es también para muchos catalanes comprobar que no nos encontramos a gusto dentro de este proyecto. La independencia catalana tiene, según se mire, un aire de derrota, de dimisión, de renuncia y tristeza por todo aquello que podía haber salido bien. Pero tras ellos, se abre la posibilidad fresca de una nueva forma política y de una relación igualitaria y respetuosa entre los pueblos de España. O, al menos, entre los catalanes y los demás.

El divorcio catalán es con el Estado español, no con los españoles. Eso es clarísimo e innegable. ¿O es que alguien piensa que un indepe con familia, novia, socios o recuerdos en cualquier lugar de la Península desea romper con ellos y no volverlos a ver? ¿Acaso el independentista, como aquellos viejos comunistas del franquismo, vuelve a tener rabo y cuernos?

No puede haber agresión ni insulto en la constatación de que estamos mal gobernados. Todos. Catalanes y el resto de pueblos españoles. Que el proyecto ha fracasado, y no por odio entre nosotros. No porque nuestras religiones, acentos o procedencias nos hayan separado. Ha fracasado porque quienes llevan casi cuarenta años gobernándonos nos han alejado. Nos han alejado del poder, de su examen y fiscalización. Y nos han hurtado de la agenda los temas relevantes que no podían tocarse en el 78 y que han desaparecido totalmente del debate. No es que no podamos vivir juntos, es que no podemos vivir bajo la misma oligarquía, la misma estructura de poder descarado e inamovible. Desde La Caixa a la duquesa de Alba. De la Audiencia nacional al Círculo Ecuestre.

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